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martes, 22 de abril de 2014

61-0827 El Mensaje de Gracia

Santiago 4:8-10
"Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará."
Efesios 2:8
"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios."
Así es la gracia de Dios. Había un gran rey y este gran rey tenía un hijo. Y este era su único hijo. Y un día un asesino mató a ese joven. Y por todo aquel reino salieron los comisarios buscando a aquel asesino. Por fin lo hallaron. Y cuando lo hallaron, lo trajeron y lo encarcelaron. Entonces se fijó el tribunal, y fue hecha la sentencia. Oh, fue una cosa horrible. El había asesinado al hijo del rey. Y él sabía lo que le esperaba.
Lo colocaron en la celda más adentro y trancaron las puertas, lo aislaron. Le pusieron guardias, porque sabemos que clase de castigo horrible este muchacho habría de recibir porque él había matado el hijo del rey, el hijo del rey real. Pusieron guardias en todas las puertas. Lo colocaron en la celda más adentro. Lo desroparon, dejándole apenas una pequeña cubierta. Y allí estaba sentado en esa condición, hambriento, no le daban de comer. Allí estaba en esa condición. Luego lo trajeron ante el tribunal. Lo hallaron culpable y lo probaron culpable. Fue hecha la sentencia: él habría de ser asesinado bajo una horrible pena capital. El habría de recibir muerte por pulgadas hasta que dejara de existir su vida mortal. Sentenciado por el juez, él habría de morir. El rogó y él lloró, y clamó y dijo, "Soy culpable. Aunque soy culpable, estoy arrepentido por lo que hice. Oh, que nunca hubiera hecho eso. Siento mucho que lo hice. En un momento de rabia de mal genio hice aquello. No fue mi intención actuar de esa manera."
Un día el rey fue a ese lugar para visitar al joven, para hablar con él, para hablar con él acerca de la muerte de su propio hijo, su único hijo. Este había matado a su hijo. El dijo, "Voy allá a hablar con él."
Y él bajó allá, fijó la vista en esa jaula, era como un animal enjaulado. Y vió el cuerpecito de este joven allá en la esquina, llorando. Su cara hundida, las quijadas debilitadas, los ojos muy adentro, tenía mucha pus en los ojos y la boca la tenía toda blanca, le faltaba agua, tenía sed, tirado allá de frente, llorando. El rey dijo, "Párate." Se acercó al joven y lo miró. Y dijo, "¿Por qué mataste a mi hijo? ¿Qué te hizo mi hijo? ¿Qué te hizo para merecer la muerte que le diste, matándolo a puñaladas con la lanza?"
El dijo, "Nada mi señor, ni una sola cosa. Fue solamente mi imprudencia. Fue mi mal genio, yo lo maté porque le tuve envidia y me cogió una cólera y lo maté." Dijo, "Ahora yo he de morir bajo su justicia, señor. Me doy cuenta de eso, y sé que lo merezco. La única razón que estoy llorando es porque maté a ese hombre real de esa manera y sin razón."
El rey dio la media vuelta y salió. Fue al comandante y dijo, " ¡destruye todos los archivos!" Ud. sabe, ponerlos en el mar del olvido. "¡Destruye todos los archivos! Lávalo y tráelo a la casa, mandaré una ropa."
Al rato, un tremendo carro llegó a la puerta. Cuando se paró sacaron una alfombra que llegó hasta la celda. El rey se paró al lado del carro y dijo, "Ven hijo mío, te llevaré al palacio." Le puso el manto del rey por los hombros y dijo, "De aquí en adelante tú eres mi hijo." Porque le tuvo compasión. Esa es gracia.
Ese fui yo, ese eras tú. Nosotros matamos al Hijo de Dios con nuestros pecados. Eramos ajenos, sucios, mugrosos, tirados en las celdas del mundo. Dios nos lavó por la Sangre de Su Hijo y nos limpió y nos puso el manto del Espíritu Santo. Y ahora el gran carro de Dios llegará a la puerta algún día e iremos a casa para vivir con El para siempre. Los archivos están destruidos, jamás podremos ser juzgados, están quemados. Y El los puso en el mar del olvido y jamás se acuerda de ellos. ¡Con razón podemos cantar!

Sublime gracia del Señor
Que a un infeliz salvo
Yo ciego fuí, Mas hoy veo ya;
Perdido y El me halló.

Su gracia me enseñó a temer,
Mis dudas ahuyentó.
Oh cuán precioso fue a mi ser,
Cuando El me transformó.

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